BAILARINES (2019)

Cuando tenía 15 años lo único que me hacía sentir feliz era bailar, adoraba estar en un enorme salón vacío, que a la vez estaba lleno de tantas posibilidades por descubrir. Bailando no sólo entrené mi cuerpo para resistir toda clase de posiciones aparentemente imposibles, en conjunto, mi mente también se transformó para aprender a vivir en un estado de tiempo distinto y ajeno a nuestra cotidianidad; y es que, cuando un bailarín se encuentra interpretando sobre un escenario, se dice que está en estado de presente puro: una modalidad en la que el sujeto no puede trasladar su mente al pasado o al futuro, porque todo su ser, su energía y cuerpo pertenecen a cada movimiento que está viviendo; y es puro porque cuando el bailarín interpreta, sus pensamientos están libres de prejuicios hacia sí mismo y los demás. La persona interpretando debe abandonarse al movimiento para ser libre.

 

Cuando tuve la oportunidad de experimentar eso, entendí que los bailarines desafiaban al tiempo: como fantasmas, seres que se manifiestan entre los vivos, andan escapándose del jardín temporal y finito en el que todos estamos encerrados; sus movimientos tan veloces, tan fugaces, hacen que logren ser imperceptibles y, por ende, atemporales. Viven en un estado ajeno al deformado “presente” en el que nos desarrollamos el resto.

 

Estas fotografías representan un intento por capturar la esencia del presente puro, un estado mental que en lo personal atesoro profundamente, al igual que mi perpetua admiración hacia todos los profesionales de la danza.  Un intento de capturar la pasión que fluye dentro y fuera de estos seres, que corre a la par de cada desplazamiento y cada respiración.

 

Las siguientes fotografías fueron capturadas en la primavera de 2019, durante una clase de primer año de la Escuela de Danza Contemporánea de la Ciudad de México.

 

Esto es para ellos, para todos los bailarines que se escapan del tiempo.